Todo cabe en el mismo lugar, al mismo tiempo
Un ensayo sobre la simultánea existencia entre perfección y aceptación.
Aparentemente ser perfeccionista ha estado en tendencia desde hace varios años. No sé si es un comportamiento colectivo o algo que simplemente ha estado dentro de mi órbita pero cada que escucho que alguien se adjudicaba ese adjetivo solo puedo girar los ojos e inmediatamente aborrecer a la persona y la conversación. ¿Por qué? Porque quiere decir que eres de las personas con disposición de dar hasta la última gota de sangre en absolutamente todo lo que hacen con tal de que no solo salga bien sino que sea extraordinario, logrando superar las expectativas de quien contemple los hechos. Nunca me sentí identificada, solo era capaz de percibir todo lo que yo hacía como algo que cualquiera pudo haber hecho, dicho o sido; nada especial, nada bueno. Pereza de intentar hacer las cosas bien, sin motivación alguna por esforzarme, tan solo cubrir el mínimo requisito para cumplir lo que sea que se tuviera que hacer. Fue mi realidad toda la vida.
Algunas personas incluso ven a su perfeccionismo como una cualidad de la que están orgullosos porque aseguran ser la razón de su éxito profesional.
No me siento orgullosa al admitirlo pero honestamente es la envidia la razón por la que me molesta tanto escucharlo. Una parte de mi desea con todos los huesos de su cuerpo poder tener tan solo una molécula de esa fórmula de perfección y así poder hacer aunque sea algo bien en vez de vivir una vida mediocre.
Con todo esto que te platico quisiera saber si has notado tú la oculta verdad detrás de mis palabras. Si no te has dado cuenta, no te apures, vamos a eso.
Yo pude mirarlo apenas hace unos tres años cuando el nudo de la venda que cubría mis ojos se deshizo inesperadamente. Solo así, repentino, permitiéndome cambiar la percepción de mi autoconstrucción, la que había cultivado durante años, y todo en tan solo un segundo.
Entendí que resonaba tan fastidiosa y profundamente en mí porque me reflejaba en esas palabras, me veía en ellas. Era molesto porque cada que se mencionaba yo me estrellaba en esa realidad y regresaba a la mía sin poder percibir la verdad que acababa de golpearme. Soy eso que aborrezco. No era mediocre al pensar que no tenía en mi la calma, talento, habilidad, paciencia o dedicación para hacer algo hasta que quede impecable; no fui mediocre las veces que dejaba de esforzarme por terminar algo dejándolo a medias porque no creía tener la capacidad de hacer que algo me quedara presentable; no soy mediocre por no empezar algo al estar convencida de que nunca sería suficiente así que, “¿para qué intentarlo?”
Ahora ya lo ves, ¿cierto? Eso es precisamente el perfeccionismo en su máxima expresión.
Hoy conozco las partes de mi historia que construyeron ese detestable perfeccionismo, el mismo que permea de adentro hacia afuera, manchando todo lo que toco con la intensión fallida de ser perfecta. Como Midas pero a la inversa. ¿La ironía? Nunca lo he logrado, no dura, no funciona porque casi nada está bajo mi control, pero irónicamente no me ha detenido de seguir intentando cada vez, apuntando a la perfección con mi arco y su flecha. Es como si mi cerebro se desconectara de mi entorno y no captara que esa estrategia nunca nos ha funcionado. Ni siquiera había contemplado que quizá puedan haber otras alternativas, como si ser perfecta fuera la única solución. ¿Para qué se quiere un cerebro así? Inútil cuando necesitas que razone. No fue sino hasta que en terapia se me concibió el permiso que no sabía que necesitaba y que quería escuchar de intentar algo diferente, algo que jamás había considerado antes. Dejarme sentir, dejarme ser.
Intentar ser perfecta es en realidad una esclavitud perpetua. No existe una sola posibilidad en la existencia de algo perfecto porque, ¿qué quiere decir “perfecto”? En el mundo de cada persona se ve y se siente distinto, nunca se percibe ni sabe igual.
Si llevas tiempo leyéndome seguro ves el patrón, ¿verdad? Vivo en los extremos. En Substack soy asquerosamente cursi y necesariamente vulnerable o soy cruda acicalando las heridas con sarcasmo y burlándome de mí misma. Blanco o negro, no tonalidades de grises o muchos colores. Es pésimamente deplorable o es la eminencia jamás creada. Extremos Parte de mi perfeccionismo.
Eso te lleva a rechazar partes naturales del ser humano, tanto en ti como en otros. En uno mismo eso se puede ver como el rechazar sentir rencor, el sentir ira o envidia porque no es lo que una persona “buena” pueda o deba sentir; permitiéndote sentir nada más las emociones placenteras y solo en los momentos adecuados. En otros, ese rechazo se puede ver como la permanente confusión de concebir la existencia del amor y de la destrucción en un mismo cuerpo. Tiene que ser imposible, ¿verdad?
En mi percepción de perfección no cabía la más mínima posibilidad de errores. Si amas realmente a alguien no lo ignoras y abandonas en momentos de profundo dolor y desesperanza, no lo humillas ni le mientes, no lo traicionas cuando te ha entregado todo. Si amas realmente a alguien no tomas la pistola con las balas que te compartió y puso en tus manos confiando en que no las usarías en su contra, pero le disparas con la intención de matar.
En mi cerebro perfeccionista eso no existe porque si existiera sería como un glitch en la matrix, un error del universo, una paradoja. ¿En dónde está la lógica? Si amas y haces daño a la misma persona con la intención de destruir y lastimar con tal de anteponer tus intereses y beneficios, entonces las matemáticas dejarían de existir y 1+1 no sería 2, las aves se caerían del cielo al no poder volar más, la validez de los científicos se desmoronaría, lo que conocemos como verdad desaparecería, habría un colapso en esta realidad y nada tendría sentido. No existe tal error, es como si el guión de la vida misma fuera escrita y dirigida por David Lynch. Todo muy surrealista.
Por lo tanto, en esta misma línea, si te importa mi integridad, no ofendes mi inteligencia y personalidad; si construimos una historia juntos, no buscas venganza para pulir tu ego; si valoras mi persona, no tienes un plan de acción para manipularme con mentiras; y si me haces daño con toda consciencia en el nombre del amor, no me amas. Es así de simple. Aquí sí existe una lógica y el mundo puede seguir girando en su misma órbita como siempre lo ha hecho. Se confirma, volvimos todos a la normalidad.
Pues resulta que no. Y debo esforzarme de manera sobrenatural para intentar comenzar a contemplar una posibilidad en donde pueda observar los diferentes matices del ser humano, ese humano complejo, imperfecto, con heridas profundas en el alma que formaron su carácter, el humano que tiene miedos y que muchas veces actúa desde el trauma. Que a pesar de que quiera hacer las cosas bien, no puede evitar escuchar los gritos de sus demonios exigiéndole tomar las decisiones que ya conoce a pesar de que no le han servido antes, como a mi en el perfeccionismo. A mí esos demonios me exigen ser “perfecta” o lo que mí definición de eso debe ser. Pero a otros quizá los empuja al autosabotaje, a dañar a quien más aman y cumplir su profecía autoimpuesta desde el dolor.
Si soy sincera conmigo misma, me sentía renuente a concebir por un segundo que hubiera un mundo paralelo al que yo había estado habitando. Pensar en que este mundo perfeccionista que conozco tan bien, no es el mismo mundo que otros experimentan. Y pensarlo me irritaba porque sería darle permiso a otros de equivocarse, lo que involucraría compasión y entendimiento por haberme lastimado, eso a su vez me indicaría que tienen el derecho de ser perdonados. Como si merecieran ser absueltos de sus faltas. Y si lo piensas bien, el dolor que provocaron se vuelve insignificante. No me parecía justo.
No quería aceptar que existía otra alternativa porque entonces mi cerebro se autodestruiría, mis creencias se derrumbarían hasta volverme polvo y perdería todas mis partículas en el cosmos de una realidad diferente a la mía. Pero todo cambió al momento que silencié a mi ego, me dejé sentir y comencé a deconstruir mis ideas perfeccionistas. Decidí, con negación, duda y mucha confusión, explorar alternativas inexplicables para mi limitado pensamiento perfeccionista y todo hizo corto circuito.
Se me hizo más fácil explorar la paradoja en mí primero. Dentro de mis acciones y decisiones pasadas y actuales pude comenzar a entender que existe todo en todas partes al mismo tiempo. El amor y la nostalgia pueden seguir latentes mientras también decido no volver a lo que alguna vez me dio luz. La certeza de reconocer que estás mejor ahora pero aún así extrañar el pasado, convergen dentro de mí porque todo cabe en el mismo lugar aunque parezca contradictorio.
La complejidad del ser humano puede parecer inexplicable. Te amo pero no vuelvas. Te extraño pero me alejo. Te valoro pero no te aprecio. No confío en ti pero quiero escuchar tus palabras. Me amo pero me rechazo para ser perfecta con tal de que no te vayas ni me dejes de querer. Quiero ser feliz pero me tomo de un trago todo el vaso con el veneno que yo misma serví. Tengo sueños pero los acumulo en polvo. Quiero verte feliz pero te detesto si lo logras antes que yo. Te doy todo mi cariño pero me arrepiento si tu no me lo das a mi. Le tengo temor al abandono pero siempre me abandono. Soy todo eso. Soy ira y soy venganza. Soy mi inagotable fuente de amor. Soy comprensiva y soy irritable. Soy todas mis dudas y mi intuición.
Dicen que eres lo que haces pero, ¿qué pasa en las ocasiones que eres el títere de los fantasmas que sangran por sus heridas no atendidas? ¿Y qué pasa si tus acciones las dicta ese dolor y miedo, ese trauma y ansiedad que irónicamente buscan su propia salvación corriendo por la única salida que conocen que contradice su objetivo? Se destierran del paraíso y se condenan solos a cadena perpetua en la cárcel que uno mismo se construyó.
Se me hacía fácil juzgar la falta de perfeccionismo en ti hasta que descubrí que ambos actuábamos desde nuestras heridas aunque hoy comprendo que existe una razón a la que nunca voy a tener acceso, la razón de tu indiferencia ante mi dolor. Pero sé que esa razón viene del mismo lugar del que yo me regí por la “perfección” para abandonarme a mí para amarte a ti, solo tiene otro nombre.
Quizá vale la pena el querer entender. Quizá sí merezca el perdón y la compasión. Lo sabré con el tiempo.