En donde juega uno, juegan dos
La historia de cómo Pedro me enseñó a discernir mejor entre mis contrincantes y los movimientos de mis jugadas.
Mi genuina reacción corporal incapaz de disimular y mi gesto confundido voltean para mirarlo en un giro de cuello tan rápido que aún no sé cómo no provocaron una luxación cervical, con los ojos apunto de salirse de su lugar para explotar en su cara, intentando buscarle una explicación a sus palabras.
¿Qué clase de psicópata, maniaco, egocéntrico, traidor es este?……
El largo compromiso de honrar mis tendencias complacientes ha cimentado una ruta que tapa la flora de mi camino, llevándome a andar por rumbos incómodos y recolectar historias que convierto en comedia porque me rehuso a experimentar las tragedias sin humor. Una de ellas toma vida a finales del 2017, previo a mi inestabilidad gastrointestinal, cuando apenas tenía 22 años.
Por motivos de privacidad y por mi falta de memoria, nombraremos al sujeto de mi historia, “Pedro”.
Ni siquiera recuerdo si fue en persona o si me escribió por mensaje pero Pedro me invitó a salir ese viernes por la noche, lo que sí estoy completamente segura es que nunca mencionó los detalles de su plan.
Pedro había estudiado conmigo los 3 años que llevábamos en la universidad y siempre me había parecido detestable por decir lo mínimo. No me daban risa sus malos chistes; no me gustaba ver su nariz; me perturbaban lo exageradamente grandes músculos de su cuerpo, demasiado grandes para mi agrado; me irritaba su actitud engreída; tenía que respirar profundo varias veces para poder tolerar su tono de voz. No me siento mal al respecto. Sé que tener que establecer conversación conmigo intentando ignorar la masiva asimetría de mi lado izquierdo de la cara comparado con el derecho puede ser igual de irritable para muchos, por lo menos lo es para mi.
Sabiendo todo esto te preguntarás por qué acepté la invitación... permíteme explicarte con gusto. Mi yo de 22 años aún no experimentaba la aventura de ir en bicicleta a terapia cada lunes por la mañana. En cambio, mi yo de 22 años se aferraba a cualquier partícula de atención masculina con la equivocada intención de intercambiarla por curitas para tapar la falta de validación y afecto en su bella infancia. Tan cliché que se vuelve patético, ¿verdad? En fin, no puedes culpar a una mujer por querer atención.
Nos vimos en un parque cerca de mi casa, rodeado de múltiples restaurantes pequeños con la misma estrategia de nombrar platillos del menú en inglés pero con ingredientes de la canasta básica para poder venderlos al triple de precio en presentaciones de canapés aunque te quedaras con hambre.
Yo estaba concentrada, jugando mis cartas a la perfección. No le daba demasiado de mi, solo lo suficiente para tenerlo ahí, no solo mirándome sino admirándome, interesado, queriendo más. No estaba tomando nada de él porque mi interés en su tema de conversación era nulo. Claro que dentro de todas mis personalidades esa noche escogí compartir mi arma estelar, la combinación maestra de coqueta e inocente. Lo había observado y se me hizo fácil leer entre sus líneas, ya había conocido a tipos de su mismo estilo, fabricados del mismo molde, ya intuía qué tipo de personalidad quería ver Pedro en mí y me convertí exactamente en eso. La trampa y escudo perfecto para la ocasión.
Si me preguntas algo de lo que Pedro haya mencionado en toda la noche, no podría recordar una sola cosa, estaba demasiado concentrada en seguir mi plan y conseguir lo que quería, cumplidos y atención. Nadie dijo que estaba jugando limpio y en el fondo lo sabía, pero nunca pensé ni me interesaba mucho cómo podría repercutir en él, solo en mi. Al final de todo la que se tenía que proteger era yo de él. Ese era mi nivel de narcisismo en cada uno de mis turnos y déjame decirte que iba acertando cada prueba, una maestra del engaño.
Seamos honestos, Pedro no es inocente, también quería algo de mí y si me preguntas, era un juego justo. Un juego que incluso él estaba disfrutando porque aunque yo llevaba la ventaja, él iba ganando también.
Es un juego peligroso ya que puede moverse a la inversa cuando crees que eres tú quien lleva la batuta pero el contrincante termina por tomar lo que quería de ti para luego abandonar las piezas y dejarte en el mismo lugar que te encontró, junto a un tablero vacío.
La idea era platicar un rato pero, ¿has notado cómo en las citas heterosexuales el hombre que te invita a salir va escalando durante la cita conforme ésta va fluyendo? Primero tienta el suelo para averiguar si es fértil o tambalea, después empieza a pulir sus herramientas en plena conversación para ver si te asombras o te ríes y si todo sale bien y se siente cómodo y seguro de que la posibilidad de rechazo es baja, toma la decisión de alargar el plan tanto como estire la liga. Resulta que Pedro aplicó la misma regla no escrita y después de que mi herida de abandono e insuficiencia me amenazaran para relucir mis técnicas de coqueteo y sedujera lo suficiente a este individuo, decidió invitarme a cenar.
Yo aburrida de su insípida personalidad y cansada de ser quien llevara en los hombros la carga de ser la única pieza de entretenimiento esa noche, dije que sí, por supuesto. ¿Esperabas otra respuesta?
Creo que es obvio que sabes que jamás se me ocurrió preguntarme qué era lo que en verdad quería hacer, en dónde quería estar o con quién. Mi lema en ese entonces era “más vale mal acompañada que sola”. No me pregunté cómo me estaba sintiendo o cómo me la estaba pasando. No sabía que eso se podía hacer, no sabía que valía, simplemente dejé nutrir a mi ego que confundía atención momentánea por autovaloración. No estaba escuchándome, estaba escuchando lo que mi herida me decía en susurro. Quería tener a Pedro en mi escaparate y que formara parte de una inexistente colección de curitas que me hablaran cuando me sintiera sola o que me “quisieran” cuando yo no lo hacía. Pobre niña ingenua.
Siguiente escena. Estamos sentados en una mesa para 4 en una pizzería porque no conozco a nadie que quiera negar gluten y lácteos en la misma preparación culinaria. Al levantar la vista después de escanear el menú por unos minutos, el mesero me pregunta si he elegido lo que quiero cenar pero antes de poder abrir la boca Pedro contesta por mí y dice: “Aún no, estamos esperando a dos personas más”. Mi genuina reacción corporal incapaz de disimular y mi gesto confundido voltean para mirarlo en un giro de cuello tan rápido que aún no sé cómo no provocaron una luxación cervical, con los ojos apunto de salirse de su lugar para explotar en su cara, intentando buscarle una explicación a sus palabras.
¿Cómo? ¿Esperando? ¡¿Dos personas?! ¿De qué se trata la broma? Mi cabeza va a mil por hora intentando encontrar la lógica. ¡Espera! Micro pánico. ¿Es alguien que conozco? Que nadie más me vea con él, por favor. Voy a tener que explicar que no es nada. ¿Por qué demonios acepté? De pronto la dosis de validación que había estado recibiendo era suficiente y podía salir corriendo.
En ese mismo momento Pedro mueve su mirada del mesero a mi confundido rostro y dice: “Vienen mi mamá y mi hermana”
¿VIENE MI MAMÁ Y MI HERMANA? ¡VIENE MI MAMÁ Y MI HERMANA! ¿ESO DIJO? No lo dijo, ¿verdad? ¿Estoy en Punked?, ¿de qué rincón del restaurante aparece Ashton Kutcher con las cámaras? ¿Qué clase de psicópata, maniaco, egocéntrico, traidor se las arregla para que en la primera cita conozca a toda su familia. ¡Estoy siendo víctima de un complot! ¿La abuela Esperancita viene también? ¿Vas a sacar el anillo cuando me acabe el agua de limón o antes, Pedro? ¿Qué clase de psicópata?… El mismo que se siente atraído por una narcisista que busca convertirlo en carnada viva para acicalar sus heridas. Touché, Pedro. Pensé hasta este momento que era yo la que llevaba la delantera pero resulta que en donde juega uno, juegan dos. Y cuando uno hace trampa para acatar sus propias reglas ocultas, el otro pierde el respeto y hace lo mismo. Jaque mate.
¿Que si le dije algo? ¿Tú qué crees? Una experta complaciente no mueve un músculo ante situaciones inesperadas. Una persona complaciente antepone el bienestar de otros antes que su incomodidad. Una persona complaciente es perfecta en todo momento, busca la felicidad y placer de otros antes que el suyo. No hace drama, no se queja, no expresa su molestia, no habla de nada que pueda abrir puertas que provoquen corrientes de aire que pueda despertar la idea de que existe una salida por donde pueden huir, porque su único propósito es que estén lo suficientemente cómodos, incluso cuando pasan por encima de sus ideales, principios y límites con tal de que no la abandonen. Es el precio que paga una persona complaciente.
Y después se vuelve un hábito. ¿Nunca te ha pasado que durante una conversación con alguien que apenas vas conociendo se refiere 46 veces a ti por otro nombre pero no quieres corregirle para no hacerle sentir mal y entonces respondes al nombre de Amalia cada vez que se ven y 4 meses después consideras cambiar tu nombre legal o dejarle de contestar para siempre porque ya es demasiado tarde para decirle que tu nombre es Natalia? Es parecido.
Regresando a mi historia, no pasó mucho tiempo antes que la compañía llegara y si te preguntas cómo fue… ¿Su hermana? Preciosa. Con la vibra más ligera; pelo largo, negro y brillante, la cara más linda, definitivamente no heredó la nariz de Pedro. Mi expresión corporal gritaba ¡quiero ser tu amiga y contarte lo mucho que desprecio a tu hermano en una pijamada! ¿Su mamá? Diosa. La nariz tampoco es de ella. Ella es la más platicadora y agradable mujer con la que me he cruzado. ¿La conversación? Fluyendo excelente. ¿El único problema? Él. Pedro nos estorbaba. Si tan solo hubiera alguna manera para eliminarlo de la ecuación, pero desgraciadamente es la razón por la que estoy aquí.
La noche fue mejor de lo que esperaba, de hecho empezó a sentirse mejor cuando podía ignorarlo y concentrarme en una conversación más interesante con las dos nuevas integrantes de la mesa. El juego se disolvió instantáneamente y supe que no iba a funcionar. Pude haberme quedado solo por su mamá y su hermana, pero Pedro era demasiado tibio y aburrido. Así que hice lo más responsable que mi yo de 22 años sin terapia pudo considerar, tomar lo que me quedaba de dignidad, ghostear y atesorar el complejo e inesperado evento, convirtiéndolo en una publicación de Substack.
No tengo idea de dónde se encuentre Pedro ahora mismo pero sé que está mucho mejor que con alguien que decide salir con él para redimir las faltas de su infancia que ahora sabe que debe remediar ella misma. Seguro que está más feliz sin alguien que disfrute más la compañía de sus parientes que la de él mismo, sin alguien con tan buen sentido del humor... O tal vez no.