El dulce y siniestro poder de ser mujer
Es nuestro derecho por nacimiento el privilegio de usar labial rojo para conseguir lo que queremos y no sentimos culpa ante ello.
Tenía 15 años y llevaba puesta una mini falda de mezclilla mientras cruzaba de una banqueta a otra por las calles de una ciudad ajena a mi hogar, cuando escuché la cada vez más cercana melodía de un silbido proveniente de un joven adulto desarreglado, asomado en la ventana de un vehículo que parecía salido del reality show de MTV en 2004, Pimp My Ride.
Esa es mi majestuosa y romántica historia de entrada a lo que serían los primeros escalones del camino a convertirme en una mujer. Un recuerdo tan nítido que si cierro los ojos por tan solo un instante, mi cuerpo tiene la capacidad de desafiar las leyes del espacio-tiempo y logra regresar 13 años atrás a ese mismo lugar, oler el smog y sentir el clima seco en la piel. Puedo ver de nuevo las puertas del inicio del paraíso que se abren gloriosamente de par en par para recibirme, abrazar mi cuerpo y alma y bendecirme con el sedoso fuego que implica ser una mujer. Todas tenemos una historia de bienvenida, esa es la mía. Fue entonces que lo supe. Es oficial, estoy dentro. ¡Soy una mujer!
Convertirse en mujer, a diferencia de lo que uno pudiera imaginar, no llega con invitación enviada a la puerta de tu casa que encuentras a tus pies con letras en tinta dorada, listón rosa ni con olor a perfume de orquídeas en papel de tono perla; es más bien progresivo. Un día despiertas a los 13 años para usar tu uniforme escolar, te miras al espejo y encuentras dos desproporcionadas figuras amorfas apenas visibles en lo que antes solo eran pezones. Dos años después, la ciencia y lo espiritual convergen en tu vientre para dar luz a un evento poético-milagroso que siempre estuvo destinado a ser tuyo; un evento que te otorga la opción de ser santuario de la creación de vida en tu propio templo, manifestándose como un elixir rojo sagrado que se libera cada mes de tu cuerpo. Todo esto para recordarte que eres magia en un mundo escéptico.
Son avisos estruendosamente silenciosos.
Ser mujer es tan majestuoso que ahora hay protocolos médicos-hormonales para quien sea que esté llamado a convertirse en una, incluso si no tuvieron la fortuna de haber nacido con vagina. Ser mujer eleva tu potencial en cada uno de los niveles de la vida y te convierte en un ser tan poderoso y magnético que todos quieren experimentar ser una, estar con una o simplemente admirar a una para degustar el gozo de permitirse estar deslumbrados ante la presencia de una mujer.
Las mujeres portamos una esencia mística que solo nosotras tenemos la cualidad de disponer y explotar.
Las mujeres tenemos más poder del que algunos hombres siempre han creído poseer pero jamás han experimentado en su propia piel.
Nuestro poder es sutil, caótico y dulcemente siniestro. Lo llevamos en el ADN, imposible rechazarlo, reprimirlo o disminuirlo. Nacemos con un nivel de poder indestructible, indescreable, que se expande en nosotras apasionadamente. Es un poder armonioso, ambicioso, dominante y juguetón. Visible incluso ante el hombre que entiende perfectamente que solo algunos pocos afortunados viven la dicha de ser dominados ante el poder de una mujer.
Leopold von Sacher-Masoch nos lo ha hecho saber, bajo el nombre de todos los hombres antes de él y los que vendrán después, en La Venus de las pieles.
“La naturaleza, por su pasión, ha entregado al hombre en manos de la mujer, y la mujer que no sabe convertirlo en su súbdito, en su esclavo, en su juguete, y que no sabe traicionarlo con una sonrisa al final, no es sabia.”
Contamos con la dosis de sensibilidad necesaria que funciona como una especie de telescopio que no necesita lente para ver a través de la mirada, voz o lenguaje corporal de otro ser humano.
Somos tan inteligentes que sabemos que podemos lograr lo que sea por nuestros propios méritos pero también somos lo suficientemente astutas para preferir, en ocasiones, portar labial rojo para apresurar el proceso cuando llevamos prisa.
Podemos usar nuestra voz para exigir lo que merecemos, aunque nuestra presencia es tan fuerte que a veces no necesitamos ni siquiera abrir la boca para obtenerlo, tan solo ser y brindar fortuna a otros de sentirse bendecidos por nuestra existencia.
Algunos hombres portan armas de fuego para defenderse, nosotras llevamos el peligro integrado en nuestra piel, más letal que tirar del gatillo. No tememos modelar nuestra filosa arma en público. Incluso, algunas veces disfrutamos intimidar con ella y ver la tierna y dominante debilidad personificada en la falla de coordinación de palabras que luchan por salir coherentes de la boca de un hombre. Usamos nuestra creatividad y expresión para vestir nuestra arma como funda, en sudaderas grises dos tallas más grandes o en vestidos cortos con estampado floreado para camuflajearse de inocencia porque nos divierte hacer creer que estamos a su alcance para conseguir lo que queremos.
La dicha de ser mujer tiene muchos privilegios y no necesitas mi permiso ni el de nadie para usarlos a tu favor, solo es un gentil recordatorio para regresar a tu mente la verdad que te pertenece. Haz con tu privilegio de mujer lo que te plazca y no te sientas culpable, es tu derecho por nacimiento. Abrázalo, conviértelo en tu esencia, úsalo en la gracia de tu caminar y domina el mundo.
Mi inspiración para esta publicación fue la magnífica redacción de Sudana Krasniqi en su última publicación, “Beauty is a Knife”. Te recomiendo mucho que la leas.