Terapia es el paraíso de las respuestas porque es el lugar en el cual encuentras las preguntas correctas. Son éstas la única llave para abrir herraduras de puertas que no sabías que existían. Puertas que al otro lado contienen un mundo de verdades que fueron enterradas por selección natural para tu protección emocional según el juicio de tu psique.
En menos de una semana, en dos sesiones distintas de terapia (no preguntes) se me revelaron dos realidades paralelas que convergen y coexisten en un mismo universo, ambas se toman de las manos y se necesitan ambas para erradicar el trauma. Dejando las metáforas y analogías a un lado, te explico de manera más precisa.
Antes quisiera aclarar que hay veces en que confundimos hechos o sucesos y los nombramos nuestras verdades. No es hasta explorarlas a fondo, usualmente con ayuda de un profesional (en este caso un terapeuta), que reconocemos esas falsas verdades para descubrir la verdad legítima escondida dentro de nosotros mismos, por lo menos eso me sucedió a mi en varias ocasiones. En mi proceso de terapia que comencé en Diciembre del año anterior, he descubierto varias verdades, hoy te quiero compartir dos de ellas. Quizá te ayude a extrapolar tus propias verdades escondidas y quitarle la máscara a los hechos o sucesos que has considerado tus verdades toda tu vida al notar mis actitudes y patrones de pensamiento.
Encontrando la primera verdad.
Hecho/suceso enmascarado de verdad #1: Soy claustrofóbica desde los 3 años y fue provocado en mí al quedarme atorada en el baño de un restaurante. ¿Mi miedo? Terror de no saber qué está pasando afuera. La desesperación ante la falta de control; no tener información de lo que sucede, no poder intervenir o ser capaz de manejar la situación estando encerrada; dar instrucciones de cómo sacarme de ahí (como si realmente yo supiera más de un ingeniero). Mi miedo es ser incapáz de moverme libremente, de hacer lo que quiera, estoy atrapada, me siento atada e imposibilitada de toda acción.
En las personas con tendencia a sentir ansiedad se presenta mucho esta característica de control, que realmente es ridículo porque no podemos controlar absolutamente nada que no sea nosotros mismos. Y si lo pensamos bien, en algunas ocasiones, ni siquiera a nosotros mismos.
Verdad encontrada #1: La verdad que se me reveló en terapia fue que mi miedo no es el estar encerrada en sí, ni siquiera es el hecho de no saber lo que ocurre afuera. Mi miedo real es el abandono que sentí en esa situación hace 25 años. La falta de interés que pude captar de los adultos a mi cargo. El pánico de no saber si era lo suficientemente valiosa, importante y querida para que alguien sintiera el más mínimo interés o inquietud; la preocupación suficiente para ir por mi en vez de decidir irse y no regresar nunca. Quizá me sentía como una carga, insignificante para los demás. Es el pensamiento de “¿cuándo me van a sacar de aquí?, ¿alguna vez alguien me sacará de aquí?”
Es miedo al abandono, esa es mi verdad. Los gritos que no fueron escuchados, los golpes a la puerta que no fueron atendidos tan inmediato como yo hubiera necesitado, la percepción de falta de interés al por fin lograr salir de ahí. Ahora, ¿de qué me sirve saberlo? Se siente una extraña sensación de alivio al comprender la verdadera causa. No desaparece por completo la fobia ni diluye el temor o ansiedad para transformarse (por lo menos no ahorita), pero sí lo experimento de manera diferente. Se trata de reconocerse lo suficientemente capaz de buscar la salida por uno mismo, rescatarse en vez de esperar a que alguien más lo haga. No poner la responsabilidad en terceros sino en quien realmente le corresponde sostenerlo, a mi misma. Será un proceso erradicarlo, pero por lo menos toqué la puerta correcta que me lleva al único camino que tiene la solución.
Encontrando la segunda verdad.
Hecho/suceso enmascarado de verdad #2: Cuando me da ansiedad soy grosera con los demás, me convierto en un apersona poco tolerante y soy irritable al 1,000%. No soporto que me hables, que me mires, mucho menos que me toques o siquiera roces por accidente. No puedo operar con tu existencia en la manía de mis crisis; incluso tu respiración y cualquier movimiento me pone aún más paranoica. Siento la necesidad de controlar absolutamente cada uno de los movimientos que suceden a mi alrededor y al saber que no puedo, me pongo aún más irritable.
Sé que es un pensamiento infantil y poco maduro, lo reconozco. No es una cuestión de odio o enojo hacia nadie o nada realmente, es solo que mi cerebro no puede con tanto estímulo en momentos de alto estrés; se paraliza y deja de pensar, no es razonable o analítico. Incluso dudaría que fuera capaz de reaccionar incluso si mi vida dependiera de ello, a pesar de que todos mis sentidos se encuentran agudizados y alerta al activarse por la fuga cerebral de mis pensamientos catastróficos.
Familiares, amigos y pareja me han preguntado qué pueden hacer por mi en esos momentos, la realidad es que nunca he tenido una respuesta y controlarme no ha sido una opción, si supiera cómo calmarme, créeme que por lo menos lo intentaría, pero está fuera de mi poder.
Cuando todo termina y la ansiedad disminuye al sentirme a salvo, no falta el arrepiento y la culpa de haber sido cruel con quien más quiero, con quien más me quiere y tiene la intensión y voluntad de acompañarme en el caos. Pero la culpa no sirve de nada y el arrepentimiento es irrelevante si no existe un cambio de comportamiento, que en mi caso no había existido durante mis momentos de máxima ansiedad.
Verdad encontrada #2: ¿La verdad que me hizo libre? (y aún me hace falta seguir explorando para entender mejor) Mi subconsciente le ordenó a mi cuerpo el rechazo de afecto físico, le prohibió el cariño y soporte de contacto como un abrazo amoroso o un apretón de mano cálido para asegurar que la profecía autocumplida se cumpliera y así “validar”, "honrar” y confirmarle a mi yo de 3 años la “falta de amor que merece”. La falta de amor que sintió durante ese evento cuando confirmó no merecer cariño o amor. Fue el camino que consideró más fácil mi inconsciente y no le culpo, uno hace lo mejor que puede con lo que tiene y a mi 3 años, ese fue mi refugio.
“¿Te das cuenta que no eres lo suficientemente valiosa y amada? Mejor aléjate del afecto para a) evitar que te vuelvan a suceder o b) reconocer lo que mereces, nada.”
Es muy frío pero la realidad es que todo eso está a un nivel mental al que no se puede accesar fácilmente, en especial si no te haces las preguntas correctas…
Esta verdad me hizo reconocer lo mucho y quiero decir MUCHO que, no solo necesito, pero anhelo el contacto físico, un abrazo que grita “te amo, estoy aquí“ y ahora que sé que se siente bien y que es lo que mi cuerpo necesita (aunque la mente lo negó por mucho tiempo), lo puedo pedir y sé que lo voy a recibir. Ahora puedo tener más dominio de mi misma estando en una crisis de ansiedad, por más grande o pequeña que sea. Y si no hay nadie ahí, puedo yo misma darme ese afecto que deseo. ¿Sabías que el cerebro es tan torpe que no identifica si el abrazo viene de alguien más o de ti mismo? La respuesta es la misma psicológicamente hablando, solo que en una de esas maneras te vez ridículo y en otra no.
Sé que hablo desde el privilegio cuando digo que todo es más fácil de la mano de un experto o terapeuta. Si estás en CDMX te comparto la liga de la Secretaría de Salud del gobierno de México con más información sobre módulos gratuitos de salud mental. La UNAM también ofrece atención psicológica vía telefónica. Más información y otras opciones aquí.
Natalia!! gracias por mostrar tu vulnerabilidad al escribir sobre tus verdades. A veces nos toca hurgar en la herida y darnos el permiso de atravesar el dolor, como dices, no porque eso hace que desaparezca sino por el alivio de reconocer falsas verdades. Un abrazo!!! 💌