Curriculum de fracasos
Si se abre una vacante para enseñar a los padres a evitar que sus hijos haga el ridículo ante un sexy barista de la Condesa, yo me postulo.
¿Sabes cuál es uno de los errores pedagógicos más grandes de la actualidad? Decirle a tus hijos “puedes lograr todo lo que te propongas”. Y te lo dice alguien que no tiene hijos pero que vive las consecuencias de la aspiracional y equivocada frase. “Puedes intentar todo” suena más realista si me preguntas. ¿Cómo lo sé? Llevo 28 años recolectando fracasos y archivándolos todos en un documento en mi cerebro.
La cosa es que no lograrlo todo no es tan malo, de hecho las experiencias que rodean tu camino en dirección a esa situación que quizá nunca llegue, son valiosas. Aquí te va una de mis múltiples anécdotas de mi vasta lista de fracasos.
Amistad de invierno
Estaba a una semana de cumplir 22 años, muchas cosas culminaban pero otras empezarían (o eso creía yo) como invocar mi lado indiferente para permanecer cool, chill y por supuesto aparentar ser atractiva, seductora. Ya sabes, la vibra que emanan Mia Wallace, Catwoman, Phoebe Buffay y Meredith Blake. Una combinación ente sensual y perpetuamente relajada a la vez. Como ver la nula expresión facial de Bella Swan en la trilogía de Crepúsculo y la seguridad de Elle Woods en su primer día en Harvard. La clase de mujer que ves y admiras pero también envidias. La típica figura femenina de ficción en cualquier historia protagonizada por una figura masculina, escrita por algún hombre blanco promedio.
Esa personalidad a la que aspiraba no podía estar más alejada de mi realidad, pero puedo lograr todo lo que me proponga, ¿cierto? Pues no, pero no lo sabía así que tomé la decisión de invitar a mi fiesta de cumpleaños como mi date al súper atractivo, alto, bronceado barista de la heladería frente a mi casa. Era una decisión que había premeditado por semanas. Tenía el diálogo escrito en la aplicación de notas de mi celular con todas las posibles variantes de respuesta y la había practicado frente al espejo 729 veces antes de salir de mi casa. Incluso había ensayado qué cara hacer en los momentos en los que el diálogo le tocara a él.
Mientras caminaba hacia allá, repasaba mis líneas sintiéndome la persona viva más patética de toda la galaxia, intentando ocultar mis temblorosas manos dentro de las bolsas de mis jeans deslavados y entubados que escogí previamente (no me juzgues, era 2017). Mi ego me protegió de imaginarme el peor escenario posible, que me rechace.
Respiro profundo, sostengo por unos segundos y luego suelto por la boca fuerte y lento. Un paso frente al otro. Ya estoy aquí y lo veo, delgado, cabello castaño y con uniforme; el hombre más guapo por lo menos en 3 km a la redonda. Conteniendo con todas mis fuerzas esa sonrisa nerviosa e ignorando mi rostro caliente y rojo de vergüenza como si eso hiciera que desapareciera. Voy segura a la caja registradora en donde estaba parado él, con las palabras estudiadas y a punto de ser vomitadas, preferentemente de manera cool y sensual. Mi plan estaba resultando perfecto aunque una serie de caídas inesperadas de dominós que jamás contemplé estaban a punto de cambiar el rumbo de mis planes.
Llego. Me paro. Saludo. Me ve. Abro la boca y sin poder generar ningún sonido, voltea enseguida a ver a su compañero. Le hace una seña para que ahora me atienda y él se aleja de mi de la misma manera en como yo llegué a él, desesperada… es como si intuyera que iba a invitarlo a salir. Como si él hubiera sido un pez nadando en la pecera del dentista de Buscando a Nemo y yo siendo Darla apareciera tras un portazo ruidoso con una sonrisa malvada y traviesa, ojos bien abiertos observándolo fijamente, revelando mis intenciones y antes de que pudiera acercarme más, tomó la salida rápida, saltar al mar de Sydney. Tal como yo lo había seleccionado como mi presa, él tomó a la suya, la puso enfrente como carnada y se fue.
De pronto la sonrisa nerviosa se derritió para darle forma a un rostro serio y confundido en humillación. Las voces en mi cabeza ahora gritaban “¡aborten la misión!” y obligada a desertar ante un “hola, ¿en qué te puedo ayudar?” de un completo desconocido, no atractivo tipo; mi mirada se propuso analizar todos los rincones de la heladería en cuestión de segundos para encontrar lo que sea que me ayudara rápido a escapar. De pronto a mi mente le llegaron dos salidas, una era fingir que mi teléfono sonaba por una emergencia, salir corriendo y no volver a comer helado por el resto de mi vida. Pero era un plan arriesgado con mucho margen de error, no se vería natural y definitivamente revelaría mi lado más esquizofrénico al entrar y salir de una heladería a las 6 de la tarde un viernes nublado en cuestión de segundos después de mirar mi celular, simular contestar una llamada que no sonó, estrechando en mi mejilla una pantalla bloqueada, hablando conmigo misma y diciendo “voy para allá”. Hubiera impresionado pero no en el buen sentido. Tuve que optar por la segunda opción, improvisar.
Quizá eran las palabras del diálogo de mi nuevo personaje tan tatuadas en mi cerebro las que me presionaron a recitarlas a pesar de que no era el escenario o co-protagonista que yo imaginé en mi película. Pero lo hicieron, salieron de mi boca aunque sin euforia, despacio, con expectativas de bajas a nulas, sin importarme ya el desenlace, con menos miedos e inseguridades maquilladas. Ya estaba ahí, ¿qué más da?, ¿qué otra cosa podría salir mal?
Y si te preguntas qué pasó después, a Daniel lo tomé por sorpresa pero dijo que sí con una sonrisa amable. No era la sonrisa del otro chico, pero era algo. ¿Que si fue la date que yo esperaba? Por supuesto que no. ¿Que si me la pasé bien? Sí. Si te soy sincera, me la pasé muy bien. Daniel se convirtió en mi absoluto mejor amigo con quien hablaba diario por teléfono contándole mi vida y escuchando la suya por 3 semanas hasta que confundió la situación y me tuve que alejar. Como un bello “amor de verano” aunque nunca hubo amor ni nada que se le pareciera y además era invierno. En fin, esa es otra historia.
No veo otra conclusión más clara que evitar enseñar aquella falsa afirmación a los niños si no quieres que tus hijos se sientan humillados frente a un atractivo barista de la Condesa, provocando el show más entretenido para los comensales.