Puedo sentir como, absolutamente cada partícula que conforma mi cuerpo, tiembla descontroladamente, desde las piernas que advierten seriamente desplomarse en segundos; las manos incapaces de sostener nada que no fueran a tirar; el estómago revuelto, queriendo devolver incluso lo que estuvo ahí dos semanas atrás; las cuerdas vocales torturando el movimiento imperfecto de tu voz al intentar desesperadamente salir de tu boca; y los ojos nublados por lágrimas.
Así se siente la catarsis.
El hecho de que tenga que suceder cada vez que quiero defender mi dignidad, me desarma y tira al piso, figurativamente, aunque se siente literalmente. Qué deserción no poder ser capaz de pararme firme, segura de lo que merezco y exigirlo hasta recibirlo: y si se me niega recibirlo, darme la vuelta con cabeza en alto y vista al frente, dirigirme a otro lado.
Ya he pensado antes que quizá me sucede de esa manera porque no “debería” ser confrontativo, sino estratégico. Aunque el hecho de no haberlo puesto en práctica antes hace que lo manifieste del extremo contrario, con furia, exasperación, con tres mil bombas explotando durante el mismo microsegundo en todo mi cuerpo, ocasionando un colapso que me deja inerte al finalizar su caos, dejando cenizas en mi piel.
He decidido dejar de prestarme cómo el trapo sucio de otras personas, aunque no hacerlo parece sentirse peor que realmente serlo. Irónico.
Se siente ajeno, se sienta mal, se siente incómodo, se siente como un gravísimo error del que me arrepiento en el primer instante en el que abro la boca, pero el proceso comenzó a manifestarse desde antes. Sinceramente tampoco se siente bien ser aplastada, solamente que a ese sentimiento sí me acostumbré. Patético. Podría ser que por eso lo recibo mejor. No bien, no a gusto, ni tranquila, pero mejor. Menos caótico, menos explosivo, menos turbio, bélico.
Aseguran que durante la catarsis te purificas por dentro, es precisamente eso. Sí, es absoluto y real. Tengo la teoría de que por esa razón se siente así de pesado, potente y anárquico. Tan incoherente y efímero. Se siente lacerante y enérgico. De alguna manera te conecta y desconecta en distintas manera a diferentes partes de ti. Estás vivo, eso definitivamente se percibe. Se siente todo. Se expresa, sin permiso, lo que se cayó.
Y cuando todo acaba, solo deja un sabor de boca peculiar. Te deja pensativa y cansada. Te deja frita y helada en el suelo, hecha bolita. De pasar a sentirlo todo y no pensar en nada, a pensar en todo y sentir solo la silueta del fantasma de las lágrimas que se pegaron como calcomanías esparcidas por toda tu cara.
Así se siente la catarsis.