*Esta historia cambia los nombres reales por ficción para evitar ser acusada por difamación.
Si mi memoria no me traiciona, esta anécdota se remonta en el año 2017, en lo que asumo que era la zona sur de la Ciudad de México. Uno de mis amigos más extrovertidos, Julio, cumplía años y para festejar pidió prestado a su papá la terraza privada de la taquería de la familia. Fue ahí cuando conocí al homeless, Rafa. Aunque déjame recalcar que para ese momento aún seguía viviendo con su mamá. De hecho, en ese momento estaba estudiando la universidad, encaminado a convertirse en piloto.
Hubo música, cerveza que no tomé, por supuesto que muchos tacos y… un individuo desafortunado que le creyó a su abuela materna cuando le dijo a sus siete años que tenía potencial para ser lo que sea que quisiera. Creció, compró un disfraz de payaso con el sueldo que recibió de su verdadero empleo de contador, se pintó la cara, se encaminó con zapatos gigantes color rojo con suela amarilla a cumplir sus sueños y se subió a un escenario frente a un público inmaduro de veinteañeros con alcohol en las venas que no temían expresar su inconformidad al haberles desconectado el reggaeton de las bocinas para presentar a este personaje que carecía de creatividad y sensatez. Se comportó como una versión barata de lo que aparentemente suponía ser un comediante.
Me considero una mujer alegre, erróneamente fácil de complacer y aún así no provocó la más mínima mueca en mi apático y joven rostro de aquél entonces. Sus pésimos intentos de chistes eran dolorosamente aburridos. Recuerdo haberme sentido incómoda con su “humor” misógino y no exagero cuando te digo que sentarme a ver el pasto crecer hubiera sido más entretenido que escuchar su pésima rutina. Ni siquiera me esforcé por fingir una risa. De hecho, la única carcajada que recuerdo haber cubierto el espacio del lugar fue la del festejado que lo contrató.
La historia no se trata del payaso ni su falta de carisma, solo deseo ambientarte, llevarte conmigo a esa noche.
Julio había estudiado con Rafa, el soon to be homeless. Me lo presentó en la terraza al poco tiempo que llegué, antes de presenciar el ya mencionado fiasco que sucedió en el escenario.
Hay que reconocerlo, las seductoras cejas tupidas de Rafa parecen haber sido esculpidas por Miguel Ángel. Sus labios tienen una forma definida, francamente besables. Lo más relevante de su cara eran sus ojos. No solo brillaban con un destello delicado y tonalidades color miel derretida en otoño, dando una ilusión de ser el tipo más encantador y tierno, pero sexy a la vez. ¿Qué más se puede desear? Aquí no tienes de otra más que confiar en que mis gustos son impecables.
Rafa no era muy alto, solo un poco más que yo, quizá 1.70 o tal vez menos pero era atractivo. Muy atractivo. Platicamos muy poco porque yo a mis 20 era una persona tímida y alérgica a las actividades sociales que se forzó en contra de su propia voluntad para ir a esa reunión y salir de su zona de confort, pero contaba cada milésima de segundo hasta encontrar un momento perfecto en el que el tiempo que haya estado ahí no sea considerado como “muy poco” ni que la hora de salida sea catalogada como “muy temprano”. Con la mentira estudiada previamente para poder largarse a casa y sentir alivio de no tener que entablar conversación con una sola alma más el resto del día y por fin poder sentir alivio.
Rafa se presentó seguro de sí mismo, confiado, con una sonrisa honestamente encantadora que hizo notar sus cautivadores hoyuelos perfectamente simétricos, con la curvatura ideal en los que yo solo observaba e imaginaba que podía comprimirme para caber y acurrucarme por el resto de la eternidad. Me preguntó qué estudiaba y me contó lo que estudiaba él. No había conocido a nadie que se interesara en la aeronáutica, de hecho no había siquiera hablado jamás con nadie sobre aeronáutica. Podría asegurar que la palabra “aeronáutica” nunca había salido pronunciada de mi boca antes de esa noche.
El sonido que salía de las bocinas no me dejaba escucharlo mucho, así que decidimos sostener un vaso rojo con líquido sospechoso mientras movíamos la cabeza hacia adelante y atrás como muñeca hawaiana en el vehículo de cualquier tipo de mediana edad con sobrepeso y barba larga en alguna película cliché americana. El payaso ni siquiera había terminado su penoso show cuando decidí irme a dormir. Al día siguiente desperté con una nueva solicitud de amistad en Facebook, era Rafa.
La acepté, aunque no volví a saber nada de él sino hasta el 2020.
Salimos por primera vez a la boda de una compañera mía antes de que la población mexicana entrara en crisis por la idea de no poder limpiarse las heces fecales y provocara una escasez de papel de baño en el país. No fue la boda más divertida y para hacerla más interesante le dije a Rafa que me besara. Me encantaría decirte que ese fue el día en que besé al casi homeless, pero no.
¡¡¡¡RAFA ME DIJO QUE NO!!!!
Han pasado casi 5 años y mi ego aún no se ha podido recuperar del todo de aquél humillante y enigmático evento del cual sigo seriamente desconcertada hasta aceptar que nunca será procesado para mi comprensión. En fin, podría escribir sobre eso algún otro domingo.
Lo que yo me he obligado a creer es que se puso tan nervioso y se sintió tan inseguro de merecer besarme que se bloqueó, entró en pánico y reaccionó de la manera más pendeja. O quizá tenía herpes, mal aliento, que era gay o cualquier otra opción me repito al recordar ese momento porque decirme eso es mucho menos denigrante.
Por alguna estúpida razón decidí seguir saliendo con él un par de veces más. La siguiente cita fuimos por pizza, que por cierto no nos acabamos y terminé comiendo al día siguiente porque a Rafa no le gusta comer comida si no está recién hecha, así que me sacrifiqué por los dos y acepté llevarme las sobras en un elegante paquete de unicel que penetró de toxinas plásticas mi desayuno recalentado la mañana siguiente. En algún otro momento, además de hablar por teléfono durante 2 horas seguidas porque: 1) no tenía absolutamente nada que hacer, ya que era pandemia y estaba desempleada, y 2) siempre he amado la atención, salimos a pasear en bicicleta y comer helado.
Hasta ahora no sé cómo la comunicación disminuyó los meses siguientes. Pudo haber sido porque regresé con mi ex o porque le compartí orgullosa una nota de voz de cuatro minutos un fallido intento de melodía en piano que nunca he aprendido a tocar, acompañada de una desentonada voz cantando una terrible canción, con una de las peores y más patéticas letras que “compuse” durante la pandemia que me dejó de hablar. Porque claro que durante esa época estábamos tan seguros de que nos íbamos a morir que decidimos intentar las atrocidades más absurdas y vergonzosas, explorando campos en donde menos talento tenemos sin importarnos el resultado ya al final respirar era mortal así que qué más da. Identificada con el payaso de aquel viernes por la noche tres años atrás. Pero estoy confiada de que las razones de Rafa tenían más que ver con mi ex que mi segunda voluntaria humillación.
Fue en el 2022 cuando surgió el tercer y último reencuentro.
¿Sabes cómo las mujeres tenemos el instinto de la intuición? Pues los hombres nacen con una habilidad peculiar del olfato que nosotras no desarrollamos. Les funciona como un radar que identifica cuándo una mujer está soltera y el 89.6% de las veces no les falla. Rafa usó ese súper poder conmigo y resulta que estaba dentro de ese 89.6%.
Me encontró en Instagram. Nos seguimos. Me pidió mi número. Se lo di. Nos escribimos. Me invitó a salir. Acepté.
Por la forma en cómo se expresaba, Rafa me dio a entender que era catador de buena comida, fan de los platillos culinarios de la ciudad. Mencionaba nombres de chefs y sus diferentes restaurantes, parecía que sabía de lo que hablaba. Me platicó todo esto mientras manejaba y yo lo veía desde el asiento del copiloto, confiando en que cenaría delicioso.
Lo primero que me dijo cuando me subí a la camioneta fue que había dejado lo de ser piloto atrás porque tuvo un problema ocular mínimo pero que lo dejaba fuera del mundo de la aviación. Lo segundo que me dijo fue que ahora era periodista y que tenía un trabajo en el noticiero digital de un renombrado y famoso periodista en donde le pagaban muy bien. Creo que incluso estuvo a punto de decirme cuánto ganaba sin que yo hubiera abierto la boca. Todo esto fue antes de avanzar los 150 metros de mi casa al semáforo.
En retrospectiva parece que Rafa estaba desesperado por limpiar su pasado, reformular y demostrar lo exitoso que hoy era, a pesar de su cambio de profesión. Pero yo solo lo escuchaba, honestamente no pensé algo negativo al respecto, aunque tampoco me impresionó. Desgraciadamente antes era ingenua y me interesaba más la atención que el nivel socioeconómico.
Cada que Rafa abría la boca era para explicarme lo positivo que era percibido según las personas a su al rededor, recalcar todo lo que hacía bien y describir cómo su vida era de ensueño.
La manera en la que yo notaba como Rafa se esforzaba por recalcar la buena suerte que tenía con las mujeres, su éxito laboral y autoalabanzas era sospechoso pero no fue sino hasta dos incidentes que sucedieron en dos diferentes situaciones más que tuve la oportunidad de mirar los obscuros secretos que Rafa se esforzaba tanto por ocultarme.
La primera situación ocurrió esa noche después de cenar. Rafa me preguntó si quería ir al departamento de su papá que se encontraba desalojado ese fin de semana ya que estaría fuera de la ciudad. Le dije que sí y noté de reojo su sonrisa pícara, gigante de satisfacción como si hubiera alcanzado un logro para avanzar al siguiente nivel de un videojuego que había intentado en múltiples ocasiones sin éxito.
Cuando llegamos, Rafa puso música y me preguntó si recordaba aquel beso negado (¿cómo olvidarlo?). Asentí acompañado con el sonido de un “sí”. En respuesta, Rafa contestó con una frase que podría pensar que había practicado antes. “Ahora estoy listo para dártelo”. El movimiento brusco y anticipado de Rafa fue francamente torpe y desesperado. Su lengua nerviosa que aparentaba una seguridad falsa, sin coordinación fue como un integrante no solicitado que no sabía a dónde dirigirse ni por dónde pasar en una reunión social íntima en un lugar exclusivo de la ciudad.
Parecía que Rafa no había besado a nadie nunca en su vida y que estaba desesperado por experimentarlo todo en un solo momento. Fue desagradable y devastador. Todo el encanto que veía en Rafa se desvaneció en ese instante. De pronto agradecí no haberlo besado antes, pues me había salvado de la peor sensación de mi vida.
Si existiera un récord Guinness para el beso más deplorable de la humanidad, Rafa tendría un trofeo gigante recargado en el buró de su habitación.
Sus movimientos eran toscos, apresurados, exagerados. Como los de una ardilla bajo las influencias de la cocaína. Traumático.
Como si fuera poco, Rafa quería sentirse como el personaje que dominaba la situación pero no hizo más que apretar mi cuerpo con todo su peso como si quisiera someterlo y aplicar fuerza innecesaria ante mi fallido intento de alejarme de él. Nada pudo haber apagado más mi deseo sexual. Después de detenerlo varias veces, Rafa me soltó y me llevó a mi casa. Nada más pasó esa noche.
La siguiente situación desafortunada ocurrió un par de semanas después.
Un consejo, si estás saliendo con alguien, conoce a sus amigos. Acercarse a su círculo te dice todo sobre esa persona sin que ésta tenga que decir o demostrar nada. Esa noche lo acompañé a alguna terraza de algún bar en la colonia Roma para festejar el cumpleaños de uno de sus amigos. Ahí conocí a varios de sus amigos y las novias de algunos de ellos. Uno de los invitados era Carlos, que no era precisamente amigo de Rafa, pero que por alguna razón era también miembro del clan.
Rafa no solo parecía otro ser humano al que yo jamás había conocido, sino que todos lo notaron también. Haciéndole comentarios humorísticos durante toda la velada sobre lo diferente que aparentaba ser por el hecho de estar conmigo esa noche. Lo desconocí inmediatamente en ese ambiente. En este momento de la historia Carlos toma protagonismo.
En algún punto de la noche Rafa desapareció por un momento y yo estuve platicando con las novias y Carlos, quien me platicó con algo de cizaña y advertencia a la vez sobre el pasado extraño de Rafa. Resulta que Carlos y Rafa habían estudiado juntos y que Rafa siempre había demostrado ser un niño muy tímido e incómodo, como “teto” me gustaría clasificarlo. Me dijo que había tenido un peso mayor al de todos los demás niños, insinuando que era parte de la razón por la cuál se comportaba a veces de manera extraña para el resto de los infantes en la escuela. Me lo imaginé como el niño que nadie notaba. Lo extraño, que me intriga hasta el día de hoy, es lo que sucedió después. En la anécdota de Carlos, Rafa faltó a la escuela por dos meses y cuando regresó era un personaje totalmente distinto, como si los hubieran intercambiado. No solo físicamente sino con una personalidad prefabricada y remodelada. Rafa había perdido todo el peso que tenía de más, haciéndolo ver irreconocible. Esa nueva, atractiva apariencia trajo consigo una nueva identidad.
Nadie nunca supo por qué desapareció realmente esos meses y cómo es que había surgido esa transformación a sus 16 años en tan poco tiempo. El relato de Carlos me pareció sincero. Además me enseñó pruebas del pasado temido de Rafa. ¿Qué seguía haciendo yo con un tipo que no conocía en una fiesta en la que no quería estar? Y además me negó un beso, no olvidemos ese importante moretón.
Cuando Rafa apareció de nuevo, me encontró su mirada que parecía muy enojada y preocupada al verme platicar con Carlos, quien para ese momento parecía su enemigo número uno. Se acercó a mi velozmente sin ocultar su desesperación, aunque quizá eso fue por el alcohol que tenía encima. Carlos lo notó y se alejó de mi sin disimular su preocupación, como cuando los ojos de tu mamá te atrapan haciendo algo que había quedado prohibido y que tu sabías perfectamente que debías seguir las reglas que nunca te interesó cumplir.
“¿Qué te dijo?”
Me preguntó mirando amenazante a Carlos a lo lejos. Como si tuviera algo que esconder, legitimizando la historia que yo acababa de escuchar.
Por supuesto que improvisé una mentira que no lo convenció y lo mantuvo preocupado, obligándolo a defenderse sin siquiera saber lo previamente sucedido haciendo quedar mal a Carlos. Ya sabes, el típico “ese tipo está loco” que todos hemos escuchado antes. Ahí la que no se convenció fui yo porque todo era demasiado sospechoso. De alguna manera logré zafarme de la situación incómoda aunque la duda permaneció latente.
Algunas semanas después recibí llamadas y mensajes impacientes de Rafa en la madrugada sin revelar nada en realidad. Eran las 4:00 a.m. Por supuesto que no contesté porque soy un ser humano desinteresado en cualquier cosa, situación o persona que pueda interrumpir mi sagrado sueño de 8 horas y rara vez me encontrarás despierta después de las 10:00 p.m. Al despertarme decidí contestarle, bastante desconcertada y no tardó más de 49 segundos en responder, como si su celular hubiera estado adherido a la piel de sus manos. Hablamos por teléfono y me contó brevemente, sin muchos detalles que se había peleado con su mamá y lo había corrido de la casa. Cabe recalcar que, por sus anécdotas previas, tenía una excelente relación con su mamá, así que, o había hecho algo terrible, o todo era una mentira demasiado perversa para conseguir algo inmediato. Se escuchaba demasiado alterado, como si hubiera consumido distintas sustancias tóxicas ilegales. Mencionó que llevaba más de 24 horas despierto, que había comprado una botella de alcohol barato en una tienda de autoservicio y que también pagó un cargador para conectar su celular. Aparentemente estaba preocupado y no sabía qué hacer y por alguna extraña razón asumía que una mujer en el brunch con sus amigos y un plato servido con chilaquiles verdes y carne de pato enfrente podía salvarle la vida.
Me dijo que solo estar conmigo lo calmaría. Su plan era pasar por mi, que le prestara dinero y nos fuéramos a un Airbnb…
No me preguntes por qué pero su manipulación estaba funcionando y yo estaba a nada de depositarle y mandarle mi ubicación cuando lo comenté en la mesa y todos los presentes me amenazaron para que entrara en razón y no lo hiciera. Paré por un momento. Respiré. Intenté no tomar toda la mierda que había aventado y en vez de cargarla, solo verla caer. Por un lado,
Rafa estaba actuando egoístamente, había notado su narcisismo, era un tipo extraño y sospechoso. Como si no fuera poco, besaba terrible y parecía posesivamente peligroso.
Le dije que no lo haría y después de notar lo ofendido que se puso, decidí bloquear su número de mis contactos y su perfil de mis redes sociales.
Mi hermana mayor le apodó “el homeless” cuando le dije que su mamá lo había corrido de su casa y desde ese momento olvidé su nombre y ahora solo lo recuerdo como el homeless que no sabía besar y que tenía el potencial de ser mi segunda destrucción, pero en cambio volví a regresar con mi ex y lo escogí a él como esa siguiente ruina y autoaniquilación, pero como te he dicho, esa historia vendrá después.
Es casi 2025 y no he vuelto a saber nada de Rafa, aunque mi lado más tóxico se imagina desbloqueándolo para averiguar qué tácticas hubiera utilizado en mi. Saber qué había pasado realmente, cuál era la causa de todo. ¿Estaba drogado?, ¿iba a ser el principio de usarme como banco para después deberme con intereses que nunca pagaría? Hay algo de vergüenza pero humanidad de mi parte al aceptar que me intriga saber a qué clase de caos me hubiera enfrentado si le hubiera transferido el dinero en ese momento y me hubiera ido con él a esa habitación rentada. ¿Habría conocido la historia detrás de su desesperada intensidad para vernos?, ¿era todo una farsa?, ¿realmente necesitaba ayuda? Sería yo el ingenuo payaso parada en un escenario de terror.